05 octubre 1997

Boda de S.A.R. la Infanta Doña Cristina

LA CASA REAL ESPAÑOLA Y BARCELONA

Al hablar de la Casa Real Española hemos de referirnos a la dinastía que, con diversos nombres (Trastámara, Austria y Borbón), ha reinado en todo el territorio del Estado Español desde 1479, año de la muerte de Enrique IV de Castilla, a quien suceden Isabel y Fernando, ya Reyes de Aragón, que así consagran la unidad de los reinos hispánicos. Es necesaria esta precisión porque Barcelona ya había estado en estrecha relación con los monarcas de la casa catalano-aragonesa, cuya residencia favorita fue durante mucho tiempo, constituyendo, además, el marco de algunos enlaces regios. El último que tuvo lugar antes del "Tanto monta, monta tanto" fue el del rey Martín el Humano, que se casó en segundas nupcias con Margarita, hija del conde de Prades, en el Palacio de Bellesguard, el 17 de septiembre de 1409. Bendijo la unión nada menos que el Papa Luna, Benedicto XIII, que se encontraba, a la sazón, gozando de la hospitalidad del rey aragonés. Ésta ha sido la única boda real del ámbito peninsular celebrada por un Sumo Pontífice.

Ya en el contexto de la unión hispana, los catalanes se mostraron muy cordiales hacia los Reyes Católicos. El "Consell" de Barcelona dispensó a la Reina Isabel una calurosa bienvenida cuando ésta vino en 1481. Ella y su esposo recibieron en el Salón del Tinell a Colón, de vuelta de su primer viaje al Nuevo Mundo, en 1493. Su nieto Carlos I se hallaba en la capital catalana celebrando el capítulo de la Orden del Toisón de Oro -de la que era cabeza como Duque de Borgoña- cuando se enteró de la muerte de su abuelo el Emperador Maximiliano I, ocurrida a comienzos de 1519. La candidatura del joven Rey de España al Imperio -que era electivo- fue aclamada entusiásticamente por sus caballeros reunidos en el hermoso coro de la Catedral, en cuya sillería quedó plasmado el recuerdo de la asamblea al ser representados en ella los escudos de los capitulares. El 5 de junio de ese mismo año, tenía lugar en la misma Seo la boda de la reina-viuda de Fernando el Católico, Doña Germana de Foix, con el margrave de Brandeburgo-Ansbach, patrocinada por su nietastro, que siempre demostró hacia la dama una rendida consideración, hasta el punto de hacerla Virreina de Valencia. No era propiamente una boda real, pero sí la de una ex-reina.

Aunque Felipe III y Margarita de Austria-Estiria se casaron en Valencia, pasaron en Barcelona lo que puede llamarse su "luna de miel", en 1599. Allí la reina se despidió de sus hermanos, los Archiduques que la habían acompañado a España y, con su augusto esposo emprendió la peregrinación a Montserrat. Felipe IV no estuvo en buenas relaciones con los catalanes y hubo de enfrentar la Guerra Secesionista (1640-1652), tras la que se hicieron sinceramente las paces por ambas partes, ya que Cataluña había quedado harta del dominio francés. Por esta época, las nupcias de los Reyes de España estaban lejos de tener la envergadura que podía esperarse por haberse convertido en costumbre el privilegio de eximir de impuestos durante un tiempo a los lugares donde tenían lugar. Ahora bien, como las arcas reales estaban casi siempre exhaustas, se elegían pequeñas poblaciones -tal fue el caso de Navalcarnero y Quintanapalla- para que la gracia no fuera demasiado onerosa para el Estado.

El primer Borbón, Felipe V, se había casado por poderes con María Luisa Gabriela de Saboya en 1701. Desde Barcelona fue a Figueras para recibir a su mujer, celebrándose la misa de velaciones en la capital ampurdanesa, el 3 de noviembre, a lo cual siguió un banquete de bodas, del que nos ha dejado relato el Duque de Saint-Simon en sus famosísimas "Memorias". El día 8, hizo su entrada en Barcelona la real pareja, en medio de una cortés frialdad que sorprendió al soberano, el cual, recién venido de Francia, no entendía las susceptibilidades de sus súbditos catalanes, que recelaban del nieto de Luis XIV y bisnieto de Felipe IV. La Princesa de los Ursinos, consejera de los jóvenes monarcas, les recomendó detenerse en la ciudad durante una temporada para ganarse la confianza de los barceloneses. Desde aquí, el Rey empezó a aplicar su política centralista, que continuó en Madrid, enajenándose así la adhesión de la Corona de Aragón, que la dio al Archiduque Carlos. El "rey de los catalanes" recibió en Mataró, el 24 de julio de 1708, a su flamante esposa Isabel Cristina de Brunswick-Wolffenbüttel. Los que serían abuelos de la infortunada reina María Antonieta permanecieron una semana en la capital del Maresme. El 1º de agosto hacían su entrada triunfal, por la Puerta Nueva, en una Barcelona enfervorizada. Se cantó un Tedeum en Santa María del Mar y los soberanos se instalaron en el Palacio Real, contiguo al templo.

Pasadas las vicisitudes de la Guerra de Sucesión y resignados los catalanes a las consecuencias de la Nueva Planta, Barcelona recibe jubilosamente a los reyes Carlos III y María Amalia de Sajonia, que llegan desde Nápoles para ocupar el trono dejado vacante por Fernando VI. Entre el 17 y el 22 de octubre de 1759, la Familia Real es agasajada en la Ciudad Condal, desde donde marchan a Madrid vía Zaragoza. Una doble boda enlazará a cuatro nietos de Carlos III en la capital de Cataluña, el 4 de octubre de 1802. Los novios son: por una parte, el Príncipe de Asturias (futuro Fernando VII) y la princesa María Antonia de Nápoles, y, por otra, Francisco, Príncipe heredero de Nápoles y la Infanta Doña Isabel de España. La ceremonia es presenciada por los reyes Carlos IV y María Luisa de Parma.

Tras los desórdenes provocados por la invasión napoleónica, las guerras carlistas y las luchas de los partidos, Isabel II aprovecha el remanso del ministerio O'Donnell para dejarse ver por su pueblo. En 1862, visita Barcelona, que, a pesar de los fermentos revolucionarios, la recibe con grandes muestras de lealtad. Su nieto Alfonso XIII irá también en varias ocasiones, siendo la más significada el 6 de abril de 1904, cuando el joven rey entró en ella a caballo. Cuatro años después volverá ya casado acompañado por la reina Victoria Eugenia. La residencia habitual de la Familia Real era el Palacio de Pedralbes.

El aprecio de nuestra casa reinante hacia la capital de Cataluña queda patente por la asunción del título soberano de Conde de Barcelona por parte de Don Juan de Borbón y Battenberg, cuyo uso le fue ratificado excepcionalmente por su augusto hijo en 1977. Sus Majestades Don Juan Carlos y Doña Sofía han visitado Barcelona varias veces y su hija menor la Infanta Doña Cristina vive aquí desde hace tiempo. En suma, aunque las relaciones entre la Corona Española y uno de sus más bellos florones han conocido algún altibajo a través de la Historia, no dudamos que la próxima boda de los flamantes Duques de Palma de Mallorca en la hermosa Catedral de Barcelona sellará una mutua y duradera fidelidad.


(05.10.97 Revista ¡Qué me dices!)



LA MUSICA DE LA BODA: UNA OCASION PERDIDA

La Casa Real Española ha tenido siempre una gran tradición musical. Las capillas reales de Carlos I y Felipe II fueron las más ilustres del siglo XVI, a la par de la papal (para la que compusieron Palestrina y Frescobaldi), la de San Marcos de Venecia y la del Duque de Mantua (siendo el maestro indiscutible de éstas dos últimas Claudio Monteverdi). Infantes e infantas -e incluso los mismos reyes- sabían tocar varios instrumentos. Felipe V y Fernando VI dieron su generosa protección a compositores, entre quienes figuran extranjeros que en España obtuvieron su consagración (Scarlatti y Boccherini, por ejemplo). El mayor intérprete de la época, Carlo Broschi, llamado "Farinelli", era la única persona capaz de sacar a ambos Borbones de sus crisis de melancolía. En fin, sabido es que nuestra culta Reina Doña Sofía es una gran melómana, como lo fuera su homóloga Doña Bárbara de Braganza, en el siglo XVIII.

Con estos antecedentes, es una verdadera lástima que se haya desaprovechado la magnífica oportunidad ofrecida por la boda de S.A.R. la Infanta Doña Cristina para dar a conocer y difundir el rico acervo de la música sacra española, máxime por la enorme cobertura internacional del evento. El arte organística española, por ejemplo, fue la mejor durante una larga época. Algunos de nuestros compositores gozan de un gran reconocimiento y un indiscutible prestigio en la Historia, como Cristóbal de Morales, antonio de Cabezón, Tomás Luis de Victoria, Francisco Guerrero, Juan Cabanilles y el P. Antonio Soler. Pero también están: Juan del Encina, Joan Baptista Comes, Correa de Araujo, Francisco Salinas, Doménec Terradellas, Francisco Javier García (el gran reformador de la música religiosa en el siglo XVIII) y Vicente Martín y Soler.

Por otra parte, además, podría haberse tomado la iniciativa de subrayar el carácter plural que ha querido darse al acontecimiento, mediante la ejecución de más obras de compositores vascos (como Jesús Guridi y el Padre José Antonio de Donostia) y catalanes (como Luis Millet, precisamente el fundador del Orfeó Catalá -que ha cantado hoy- y autor de piezas sacras notables). Las del P. Marín y Doménec Pou, con ser meritorias, no han sido suficientes.

Lejos de nosotros el chauvinismo barato: al fin y al cabo, Mozart es Mozart y su Misa de la Coronación es una de las más ricas y delicadas joyas del arte de Euterpe. No dudamos tampoco del exquisito gusto de nuestra soberana. Tendría que ponerse, sin embargo, cuidado en promocionar más lo nuestro. La boda del Príncipe de Gales se abrió con la espléndida "Trompeta voluntaria" de Sir Nehemiah Clarke y ello fue la mejor propaganda del barroco musical inglés. Esperemos que cuando S.A.R. el Príncipe de Asturias se case el mundo pueda comprobar que España también ha contribuido en gran medida a las Artes.

(06.10.97 )



EL DUCADO DE PALMA DE MALLORCA

Es importante precisar que el título de que gozarán S.A.R. la Infanta Doña Cristina y su consorte es el de "Duques de Palma de Mallorca" y no de "Duques de Mallorca". La distinción es importante, ya que históricamente Mallorca es un Reino. Lo fue bajo los moros y después de la conquista de todas las Baleares llevada a cabo entre 1229 y 1235 por Don Jaime I. Este rey desgajó de la Corona de Aragón un territorio que comprendía Mallorca, Menorca e Ibiza con las islas adyacentes, el Rosellón, la Cerdaña y Montpellier y, bajo el nombre de "Reino de Mallorca" lo dejó en testamento al segundo de los hijos que le quedaban: Don Jaime. Entre 1276 y 1349, hubo, pues, un reino independiente. Cuando Pedro IV el Ceremonioso se lo arrebató a su primo Jaime III, al vencerlo en la batalla de LLuchmajor, volvió a unirlo a la corona catalano-aragonesa, eso sí con todos los honores, pues asumió el título de Rey de Mallorca, que quedó desde entonces incorporado al nomenclátor oficial como título de soberanía.

La actual Constitución Española reconoce al Rey de España la facultad de usar los títulos históricos que corresponden a la Corona. Así pues, nuestro actual monarca es también "Rey de Mallorca" y nadie más puede ostentar dicho apelativo. El único caso en el que se toleró el uso de un título de soberanía propio de la Corona por parte de alguien distinto del Rey fue en el de su Don Juan de Borbón y Battemberg, quien se llamó Conde de Barcelona al asumir sus derechos dinásticos.

En cuanto a los títulos concedidos por el Rey, como muy bien me explicara S.A.R. la Infanta Doña Beatriz de Borbón, Princesa Torlonia, una cosa son los hereditarios y otra muy distinta los personales, con los que distingue a los miembros de su familia. Los primeros suelen corresponder a nombres de poblaciones o apellidos familiares, aunque, a veces, puede inventárselos el propio Rey, como el condado de Superunda, concedido por Fernando VI al Virrey que venció a las olas (prevaleció "super undam") y reconstruyó Lima y su puerto del Callao azotados a la vez por un sismo y un maremoto en 1746. Es el caso también del marquesado de Bradomín (lugar de ficción literaria), creado por S.M. el Rey Don Juan Carlos I. La segunda clase de títulos corresponden principalmente a las provincias españolas, según la moderna demarcación, pero también a ríos o montañas. Estos retornan a la Corona a la muerte del titular, como en el caso del ducado de Cádiz, ostentado por Don Francisco de Asís de Borbón, consorte de la reina Isabel II y más tarde por Don Alfonso de Borbón y Dampierre. Excepcionalmente, el soberano lo hace hereditario, como el ducado de Sevilla, que ha quedado en la familia de Don Enrique de Borbón, hermano del ya citado Don Francisco de Asís.

Así pues, el ducado de Palma de Mallorca es título personal, correspondiente a la provincia de las Islas Baleares y que S.A.R. la Infanta Doña Cristina ostentará hasta su muerte, compartiéndolo con su esposo y sin que lo hereden sus vástagos. Un ducado de Mallorca hubiera sido un contrasentido, por la razón histórica ya señalada.


(07.10.97)


¿SANGRE REAL, AZUL O PLEBEYA?

En 1776, el rey Carlos III promulgó la famosa Pragmática sobre bodas desiguales. La ocasión fue el matrimonio desigual contraído por el Infante Don Luis Antonio de Borbón, que había presentado al Papa su dimisión como Cardenal de la Santa Iglesia Romana y pedido su secularización para casarse con una aristócrata valenciana, doña Teresa de Vallábriga. Los descendientes de esta pareja fueron apartados del orden sucesorio en aplicación de los preceptos de la disposición legal mencionada. Es importante señalar que ésta no introdujo una nueva práctica matrimonial en el seno de la Casa Real Española; simplemente consagró la tradición ininterrumpida observada por todos nuestros monarcas y sus hijos desde la época de los Reyes Católicos: la de casarse con personas de casa soberana. El matrimonio del Infante Don Luis Antonio introdujo una novedad contrastante con dicha tradición, por lo que Carlos III quiso aclarar que se trataba de un hecho anormal y no admisible en la Familia Real Española. Desde entonces, todos sus miembros con derechos a la sucesión han debido ajustarse a lo establecido en la Pragmática y, así, aquellos que contrajeron matrimonio con persona no perteneciente a casa soberana, debieron renunciar a ellos. Fue el caso, por ejemplo, del Duque de Sevilla, casado con Doña María de Castellví, no perteneciente al círculo de la Realeza, aunque de noble prosapia (era por su madre una Fernández de Córdoba). La Pragmática ha convivido con todos los regímenes y constituciones que ha habido en España, siendo una norma interna de la Casa Real, reconocida implítamente por la Constitución vigente, que en su artículo 57 dice que "La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S.M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica". O sea que la Constitución reconoce una legitimidad anterior a ella misma, que es propia de la dinastía histórica y viene determinada por sus leyes propias.

Ahora bien, como queda dicho, de acuerdo con la tradición matrimonial española, un potencial heredero de la Corona no puede casarse con persona que no pertenezca a casa soberana, ni siquiera con un grande de España, aunque pertenezca a la poderosa Casa de Alba. No hay, pues, discriminación entre nobles y plebeyos, sino entre personas regias y personas que no lo son. La razón es sencilla y razonable. Si los Reyes y sus posibles sucesores se pudieran casar con quien quisieran y lo hicieran con algún simple aristócrata o plebeyo, ello significaría inevitablemente el encumbramiento de determinadas familias con los consiguientes favoritismos, antipáticos para el pueblo. En cambio, con un matrimonio dentro del estricto círculo de la Realeza ello no ocurre, ya que la familia del novio o de la novia ya está encumbrada y suele ser extranjera.

El antiguo y prestigioso almanaque de Gotha traía el elenco de todos los Príncipes y familias de la Realeza y la gran nobleza europeas. Estaba dividido en tres partes: 1ª) las casas soberanas de Europa o de origen europeo (como la imperial del Brasil), 2ª) los señores mediatizados de Alemania y 3ª) otras casas de la más alta aristocracia. A efectos de establecer qué matrimonios eran entre iguales, los señores mediatizados de Alemania eran equiparados a los miembros de las casas soberanas, no así los individuos incluídos en la tercera parte. De modo que no basta tener "sangre azul" para aspirar a casarse con un posible heredero a la Corona española.



MISCELANEA

- Jaime Peñafiel ha dicho que el apelativo de "Infante" o "Infanta" es exclusivamente español. Falso: también existía en la Familia Real Portuguesa.

- "Infantes de España" son sólo los hijos del Rey y del Príncipe de Asturias, así como los de sus descendientes primogénitos.
- Señoras reales relevantes que en España han llevado el nombre de Cristina:
La princesa Cristina de Noruega, esposa del Infante Don Felipe, hermano de Alfonso X el Sabio,
S.M. María Cristina de Nápoles, cuarta esposa de Fernando VII y Reina Gobernadora durante la minoría de Isabel II,
S.A.R. la Infanta Doña Cristina de Borbón y Nápoles, hija del Infante Don Frnacisco de Paula, tercer hijo de Carlos IV, y de la tremenda Infanta Doña Luisa Carlota de Nápoles (la de la bofetada a Calomarde), casada con el Infante Don Sebastián de Borbón y Braganza, bisnieto de Carlos III,
S.M. María Cristina de Habsburgo-Lorena, segunda esposa de Alfonso XII y Reina Regente durante la minoría de Alfonso XIII,
S.A.R. Doña Cristina de Borbón y Battemberg, Condesa Marone, hija menor de Alfonso XIII y madrina que fue de S.A.R. la Duquesa de Palma de Mallorca.

- Dato curioso. Don Alfonso XIII tuvo dos hermanas: la Infanta Doña María de las Mercedes, Princesa de Asturias y reina presunta de España hasta el nacimiento de su augusto hermano, casada con Don Carlos de Borbón-Dos Sicilias, y la Infanta Doña María Teresa, princesa Fernando de Baviera. El Conde Barcelona también tuvo dos hermanas: la Infanta Doña Beatriz, Princesa Torlonia y la Infanta Doña Cristina, Condesa Marone. S.M. el Rey tiene, a su vez dos hermanas: la Infanta Doña Pilar, Duquesa de Badajoz, y la Infanta Doña Margarita, Duquesa de Soria. S.A.R. el Príncipe de Asturias tiene, en fin, dos hermanas: la Infanta Doña Elena, Duquesa de Lugo, y la Infanta Doña Cristina, Duquesa de Palma de Mallorca.

- Bodas reales en Barcelona: la de la Infanta Juana, hija de Pedro el Ceremonioso, con el Conde Ampurias; la del Duque de Gerona, futuro Juan I, con Mata de Armagnac; la del infante Don Martín, futuro Martín I el Humano, con Doña María de Luna; la del propio rey PEdro el Ceremonioso con su cuarta mujer, Sibila de Fortià; la de la Infanta Juana, hija de Juan I, con Mateo, Conde de Foix; la del rey Martín el Humano con su segunda mujer, Margarita de Prades, unión bendecida por el Papa Benedicto XIII, y la de la infanta Juana, hija de Juan II, con el pretendiente angevino de Nápoles, el Duque de Calabria. Ya después de la unión hispánica tenemos: la boda de Doña Germana de Foix, viuda de Fernando el Católico, con el margrave Hans de Brandenburgo, y la del Príncipe de Asturias, futuro Fernando VII, con la Princesa María Antonia de Nápoles, su primera mujer. La tercera boda ha sido la de los Duques de Palma de Mallorca. Otras ceremonias nupciales tuvieron lugar en la Ciudad Condal, pero fueron simplemente las velaciones de bodas que tuvieron lugar en otros lugares.

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