17 noviembre 1996

Homilia de la Santa Misa en homenaje de la C.T.C.

El Cerro de los Ángeles
Carísimos correligionarios:
La reiteración de determinados comportamientos en la vida del hombre acaba provocando en éste la creación de un hábito.
El hábito operativo bueno es la virtud. Esta nos ayuda a practicar con más facilidad el bien. Gracias a la virtud, de una manera rápida, con menor esfuerzo y mayor seguridad, podemos actuar el bien. Así pues, la ascética cristiana no deja de recomendarnos la creación de hábitos buenos y la moral nos enseña que el actuar bien de un modo habitual en nada disminuye nuestro mérito sino al contrario.
Sin embargo, los hábitos pueden presentar un inconveniente ante determinados objetos. Así, el hecho de realizar un acto bueno movidos por el hábito, aun sin disminuir, como hemos dicho, el merecimiento, puede privarnos de un bien pedagógico. El realizar sin apenas esfuerzo el acto bueno puede, por ejemplo, privarnos de la fecundidad que hubiese tenido en nosotros el considerar la actuación del mismo. Pero este inconveniente tiene fácil solución: consiste ésta en dirimir esa consideración al momento de la actuación. Nos gustaría que nuestras palabras os moviesen a tal consideración.
El asistir a este acto organizado por la C. T. C. ha creado en muchos de vosotros un hábito: tenéis la costumbre de asistir a él: Algunos, venciendo no pocos obstáculos; otros, con mayor facilidad; pero casi ninguno necesitando considerar el por qué de vuestra asistencia. Esta facilidad, aun sin disminuir vuestro mérito, que ya ganastéis con las sucesivas visitas que crearon en vosotros esta piadosa costumbre, puede obscurecer en vuestros pensamientos la finalidad de este acto, impidiéndoos, con ello, la obtención de todo el fruto posible.
Para obviar, pues, este inconveniente, nos gustaría que consideráseis brevemente la doble finalidad de nuestro acto. Pero, antes, es preciso que seamos conscientes de la naturaleza de nuestro acto. Lo que estamos celebrando aquí es la Santa Misa. Es el acto de mayor trascendencia que pueda celebrarse. A menudo no nos damos cuenta de la importancia de la Misa. Puede ésta ser celebrada con más o menos pompa -¡cuánto anhelaríamos que fuese habitualmente con más!- pero hasta la más austera es un acto infinitamente más trascendente que cualquier otro. Más tascendente que cualquier victoria deportiva, que puede trascender unos meses, que la realización de un suculento negocio, que puede trascender unos años, que un acto histórico de la mayor magnitud, que puede trascender unas centurias. La Santa Misa es mucho más trascendente: trasciende la Historia, la temporalidad. El Dios Eterno entra en la Historia. Jesucristo Resucitado y Vencedor de la muerte se hace prisionero por amor de las míseras especies de pan y vino. Con cuánta frecuencia -¡Dios mío!- olvidamos el verdadero alcance de la Santa Misa y nos contentamos con consideraciones menguadas.
Hace unos meses preguntaron a una de las grandes estrellas de la televisión americana, Madre Angélica, si había que arrodillarse durante la Consagración. De un modo completamente dramático, respondió la santa religiosa: si realmente comprendiésemos lo que acontece en la Misa no es que nos arrodillaríamos, es que no nos podríamos levantar. Ninguno de vosotros ignora los cuatro fines de la celebración de la Santa Misa. Pero nuestro acto de hoy privilegia dos de ellos: la súplica de misericordia y la alabanza.
No hemos venido a este cerro más que a implorar el perdón de Dios y a rendirle pleitesía.
Dios, Jesucristo, bajo la advocación del Sagrado Corazón fue bárbara y sacrílegamente humillado en este lugar. El crimen fue emblemático, como también lo era el monumento del Sagrado Corazón.
El crimen simbolizaba la lucha diabólica de ciertas fuerzas por sacudirse el suave yugo de Cristo. El monumento, la proclamación gozosa de la voluntad de someterse a Cristo, de que Cristo reinase.
La acción sacrílega, apenas imaginable, no fue más que un símbolo, aunque de enorme impacto plástico, de lo que ocurrió en España durante tres años.
¿Y a qué venimos hoy aquí, varios años después? Ciertamente no a exigir cuentas a nadie. No es nuestra potestad. Ni a bañarnos en la sangre del enemigo. Nuestros bravos carlistas ya dieron la suya para combatirle cuando fue necesario. Venimos aquí a implorar por unos y por otros. Sí, por unos y por otros. Venimos a rogar por el alma de quienes dieron su vida en defensa de la Sagrada Causa y también de quienes por ignorancia o maldad emplearon la suya en atacarla. Alguien puede pensar que eso es más difícil. Convendría recordar aquí que el espíritu con que combatieron muchos carlistas fue el que inspiró al "Ángel del Alcázar", "Tirad, pero sin odio". Se luchó hasta exterminar al enemigo, pero sin odio. Puede parecer una paradoja, pero es el imperativo del guerrero cristiano.
Además, ¿el Mayor Ofendido no nos perdonó ya a todos al morir en la Cruz? y ¿cuántos miles de mártires murieron perdonando a sus verdugos?
Y venimos aquí también a rendir pleitesía al Sagrado Corazón de Jesús, a reiterar nuestra voluntad de que Él reine, a reafirmar el primer principio de nuestro sagrado ideario: Cristo tiene que Reinar, sintetizado en la palabra Dios en nuestro nunca suficientemente enaltecido lema cuatrimembre.
Venimos a reiterarle que lucharemos sin cejar para que la ubicación de este monumento al Sagrado Corazón en el centro geográfico de España sea emblemático de su Reinado social.
Venimos a implorar el perdón , venimos a alabar...
Una y otra acción se refieren al pasado, a un pasado que, no obstante, se proyecta sobre el futuro. Hoy, partiendo de un hecho pasado relizamos una acción presente, pedimos perdón y alabamos.
Pero, además, con demasiada frecuencia, nos parece que ni siquiera el hecho es pasado. Nos parece que el Sagrado Corazón continúa siendo incansable y vilmente acribillado. Los derechos de Dios y de la Iglesia y, por tanto, del hombre, son contínuamente masacrados. El honor de Dios, merecedor de toda alabanza, la vida de los niños pequeñitos, de los inocentes víctimas de las guerras o de los odios terroristas y sectarios, la estabilidad de la familia, célula básica de la sociedad natural, la inocencia de nuestros adolescentes, el derecho del padre de familia a ganarse honradamente la vida, el de todo hombre a poder actuar con suficiente conocimiento y sin ser presionado sirviéndose de sus pasiones, el derecho de la verdad y tantos otros son constantemente violados. El Sagrado Corazón continúa siendo constantemente acribillado. Ante tamaño crimen los carlistas de una época supieron alzarse. ¿Sabemos también hacerlo nosotros en la nuestra?
Os hemos dicho hace un momento que nunca podremos valorar en su justa medida el Santo Sacrificio de la Misa, que es el acto más trascendente, mucho más trascendente y eficaz que todas las armas del mundo descargando su maldad sobre el Sagrado Corazón. ¿Que no lo vemos? ¿Acaso pudo ver alguien la Redención escondida en los velos de la Crucifixión? ¿Acaso puede ver alguien a Cristo bajo las apariencias de pan y vino?
Cuando, arrodillados, contempléis dentro de unos minutos la Sagrada e Inmaculada Hostia alzándose hacia el Cielo, suplicad a Dios perdón por los vivos y por los difuntos, alabadle por su bondad, pedidle luchar juntos contra la maldad y...dadle gracias por haberos dejado impregnar por tan noble hábito. Amén.

No hay comentarios: